Demasiado literal

– Tío, ¡ten cuidado!
Manuel se detuvo, y miró asombrado a su amigo Javier, que tenía la frente perlada de sudor.
– ¿Qué pasa?
– ¡Mira! ¡Una mina!
– Oh, por favor… – se lamentó Manuel.
En el suelo había una enorme deposición de perro. Era tan grande que Manuel creyó que el animal aparecería muerto al doblar la siguiente esquina.
– No voy a decirte que son inofensivas – arengó Manuel -, pero tampoco es como para llamarla mina. En Francia hasta consideran que da suerte pisarlas, ¿sabes?
– No lo hagas.
– ¿El qué?
– Lo que estas pensando. No la pises, ¿vale? Por favor, aunque sea piensa que te lo está diciendo otra persona – suplicó Javier, con las manos unidas.
Su amigo comenzó a reír con ganas. ¿Qué más le daban a él sus ruegos? Por no hablar de que tanta preocupación por una mierda de perro era francamente estúpida.
Manuel se fijó entonces en las botas que llevaba puestas: avejentadas, el tejido de la puntera estaba a punto de desgarrarse y los cordones, de tanto apretarlos, parecían mordidos por una mascota inquieta. Decidió darles un gran final y pisó a fondo la mierda.
Lo último que oyó Manuel en su corta vida fue un bombazo. El excremento había estallado con la fuerza de una granada, volándole las piernas y propulsando su cuerpo a seis metros de altura. Cayó de cabeza sobre el cráter.
Javier se puso las manos en los bolsillos.
“Te lo dije”, pensó.

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SinDios
Relatos en menos de 250 palabras para gente con prisas.
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